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Simeone y Marcelino, dos caras de la misma moneda

El Cholo y Marcelino, Marcelino y el Cholo, que tanto monta, monta tanto, se miran el uno al otro y se ven reflejados en su manera de entender el fútbol, la gestión del grupo, la idea de club y su visión del fútbol actual. El Atlético de Madrid tomó ejemplo de aquel Valencia triunfante de principios de milenio, aquel que comenzó su lustro de gloria en una final en la que arrasó a los colchoneros en el Estadio de la Cartuja de Sevilla, como ahora los de la capital del Turia quieren mirarse en su homólogo de la capital para reverdecer viejos laureles.

Si cada mañana enfrentaran sus rostros allá donde la malvada reina siempre veía a su bella y envidiada hijastra, podrían verse el uno al otro, podrían observar el rostro del rival pero la mirada del compañero. Rival porque se enfrentan en un terreno de juego y compiten por objetivos similares y compañero porque comparten su pasión por el fútbol y su manera de entregarse a él las 24 horas del día. Son el anverso y el reverso de la misma moneda, una moneda que siempre tiene premio.

Si Simeone ha hecho famoso su partido a partido, su cortoplacismo y ha encumbrado a los altares a su profe Ortega como paradigma de la intensidad y del no bajar la guardia; para Marcelino es muy importante oír el balón como reflejo de estar concentrado en el trabajo, en el desplazamiento rápido del balón y el ritmo vertiginoso que impregna a su fútbol. Su nombre, a día de hoy está en el acervo rojiblanco a la altura del mítico Zapatones, Don Luís Aragonés, ese Sabio de Hortaleza cuyo sentimiento atlético solo tenía un rival, su afán por “ganar, ganar y ganar” parafraseándolo a él mismo. Diego Pablo está hoy sentado a la diestra del Dios Aragonés, contemplando su obra, una obra que mejora día a día, construida sobre unos cimientos firmes, consistentes, pétreos, cercanos a lo indestructible. Él sabe, y lo manifiesta siempre que puede, que solo así puede competir en condiciones próximas a la igualdad, contra otros equipos de mayor presupuesto.

El valencianista ha tomado el relevo de muchos entrenadores blanquinegros que, como él, partieron de una premisa fundamental: encajar poco. Así cosecharon éxitos y títulos antecesores suyos en el cargo como Ranieri, Cúper o Benítez y así pretende conseguirlos él también. Un equipo que compite siempre, fiable, constante, persistente y con las ideas muy claras. En unos partidos presionará la salida de balón, en otros partirá de un repliegue intensivo  a la hora de defender; buscará el contraataque o el ataque combinativo, son solo cuestiones tácticas. Pero la intensidad, la competitividad y la solidaridad del bloque no la perderá nunca. El equipo por encima de cualquier individualidad o las individualidades al servicio del equipo. Pónganlo en el orden que más les guste.

Tanto en un club como el otro están más que contentos jugando con esta moneda porque saben, cual avispado tahúr del Mississippi, que siempre les va a salir cara.

Foto vía:  eurosport.es

@VicentSarrion

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