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El fútbol de Montilleta

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Faraonismo y consumismo futbolero

Errare humanum est decían los antiguos y de sabios es rectificar para explicar porque el ser humano está continuamente repitiendo errores y rectificando sus propias obras. Y en la diferencia entre estos dos proverbios está la manera de hacer bien o mejor las cosas, aquella que separa a los humanos de los sabios. Es una diferencia muy poco apoyada por las aficiones futboleras, siempre tan dadas a buscar grandes nombres, desmesuradas inversiones y faraónicos proyectos como objeto necesario e imprescindible de la sociedad de consumo. La paciencia, la fidelidad incondicional y la lealtad generacional son cada vez más volátiles y efímeras.

Consumismo vs fidelización

Los aficionados futboleros son consumidores voraces de información, feroces fagocitadores de todo aquello que concierne a sus equipos y de ese consumismo exacerbado y poco riguroso se alimentan muchas bocas. Es indiferente si la información es veraz, si educa y forma a deportistas y aficionados, si guarda ciertas formas de respeto a los valores del deporte, al juego, al rival, a los compañeros y a uno mismo.

Si los clubes entran en esa espiral de sobreinformación y habitúan a sus feligreses quincenales a una continua exposición a «la más rabiosa actualidad» se convierten en cómplices de envenenamiento colectivo y llenan de aire un globo cada vez más grande que puede explotar en cualquier momento, llevándose por delante un sistema retroalimentado y engordado con el único criterio de mover  más y más dinero. Poco o nada importan ya los colores de tus antecesores, tus primeros pasos de la mano de tus padres, madres, abuelos, etc…

Esta forma de actuar ha de desembocar sí o sí en un fútbol con poca pertenencia, con poco arraigo social y con un mercantilismo elevado a la máxima potencia. Mi generación, nacida en el último cuarto de la centuria pasada, descubrió el fútbol de la mano de sus padres, conoció sus colores en sus brazos y bebió de todo ello mientras pasaba la vida y convertía su infancia en una confirmación de sentimientos, adhesiones y apegos varios.

El Valencia CF, en su ánimo de globalización, en su búsqueda de nuevos mercados donde expandir su marca, es víctima de esta perversión económico-futbolera. Se atiende a lo lejano antes que a lo cercano, se buscan turistas antes que aficionados, se expone al jugador a la internacionalización de su imagen, a la apertura mundial pero corre el peligro de no poder competir con clubes mucho más instalados en ese sistema y con ciudades más grandes y más turistas ávidos de la foto de turno y ver al megacrack del momento.

De la ilusión a la exigencia

Todo esto viene a colación al proyecto valencianista para la presente temporada y a la incorporación de Guedes, gracias, o no, a la mediación del magnate singapurés y su fortuna personal. Los faraonismos que otrora nos llevaron a una situación cercana a la quiebra parecen estar de vuelta y jamás fueron sinónimo de éxitos a orillas del Turia. Eso sí, ponen al conjunto de Artes Gráficas en muchos noticiarios, llevan sus camisetas a tiendas de medio globo, al mismo tiempo que lo asoman a un abismo financiero del que cada vez será más difícil salir. Es pan para hoy y hambre para mañana.

Este fichaje ilusiona tanto a la afición como parece obligar a los jugadores por cotas mayores a las de la temporada pasada y esa ansiedad corre peligro de instalarse en el seno de la plantilla blanquinegra. El conjunto que dirige Marcelino García Toral no ha tenido un inicio de Liga como el del año anterior y puede convertirse en su peor enemigo si no sabe gestionar la presión y la necesidad imperiosa de victorias. La delgada línea que separa el éxito y el fracaso la marca esa cuarta plaza «suelo y techo» para el Valencia CF en palabras del propio técnico asturiano.

@VicentSarrion

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