Volvió la mística a Singapur, volvió la perfección. Si algo está demostrando este año es que Hamilton deja de ser humano cuando las cosas no son fáciles para su coche. En 2016 perdió el campeonato ante su compañero Rosberg porque claramente la F1 no suponía un reto para él. Con un coche tan superior como el Mercedes desde el 2014, parecía que Hamilton sólo tenía interés por las fiestas y por mantener entretenidos a sus fans en las redes sociales. En 2017 se centró más, pero al retirarse Rosberg por voluntad propia, su compañero Bottas nunca pudo hacerle la más mínima sombra. Y el resto de la parrilla no tenía herramientas para inquietar al inglés. Pero este 2018 está siendo diferente. Con un Ferrari claramente superior, fiable, rápido, aerodinámicamente eficiente. Y gracias al envidiable progreso de los coches rojos este invierno y a los chicos de Maranello, ha vuelto reforzado el Hamilton que conocimos en sus mejores tiempos, pero con dotes sobrenaturales.
Singapur parecía el escenario ideal para que Vettel redujese su diferencia con el inglés. Los trazados revirados con alta temperatura y pocas rectas nunca han sido el escenario preferido de los Mercedes, pero aún menos este año, donde en la mayoría de los circuitos hemos visto como los germanos son los únicos que no usan calentadores en sus ruedas traseras. Los libres mostraron como tanto en tandas largas como cortas, el SH71 de Vettel era superior, mostrándose consistente en todos los sectores.
Pero llegó la clasificación y Vettel empezó a demostrar que no estaba concentrado. Después de algunos experimentos de Mercedes en Q1 y Ferrari en Q2 y que casi dejan a Hamilton saliendo desde la posición 16, llegó la Q3. Si estuviese en radio o televisión haría una pausa de un par de segundos. Esas pausas que preceden a algo sobrenatural. Porque se puso el semáforo del Pit Lane en verde, salieron los coches a hacer su primer intento y entre ellos, uno, con el número 44 pilotado por uno de esos pilotos que solo aparecen cada veinte años. Hizo su vuelta de calentamiento muy despacio salió de la última curva del circuito, enfiló la recta para empezar su vuelta lanzada y empezó una sinfonía de perfección absoluta, batiendo todos los records del circuito, de los sectores… todo era color morado. Cuando de nuevo cruzó la meta, habían pasado sólo 1:36,015. No fue sólo una vuelta perfecta: fue una vuelta imposible. Para hacernos una idea, el año pasado, ya con coches anchos, Vettel se llevó la pole con un registro de 1:39,491. Tres segundos y medio de diferencia. Tras recuperarnos del impacto, esperamos la furibunda respuesta de Ferrari. Pero una vez más, Vettel demostró que no es un púgil capaz de digerir un uppercut a la mandíbula. Se quedó tendido en la lona, marcó un discreto 1:36,628 en el primer intento y no fue capaz de bajarlo en el segundo. Tan malo era el tiempo, que se le coló Verstappen en medio.
Los augurios para la carrera del domingo eran malos en Ferrari. Con sus coches descolocados, en una pista donde es realmente difícil adelantar y en la que el 70% de las veces que se ha corrido, ha ganado el poleman, las posibilidades eran escasas. Vettel sacó lo mejor de sí en la salida y acabó adelantando a Verstappen al poco de arrancar. La mitad del trabajo estaba hecho. Y entonces volvió el Ferrari de todos estos años atrás. La Scudería que parece que no quiere volver a ganar un campeonato. Viendo que no podían con Hamilton en pista, intentaron hacerle un undercut, consistente en para antes, poner neumáticos intermedios (los más blandos que podían montar) e intentar ganar tiempo para que Hamilton saliese detrás en su parada. No solo es que no les sirviese de nada, ya que Hamilton paró a continuación conservando posición, es que se olvidaron de Verstappen y este volvió a recuperar su segunda posición. Y para colmo, condenaron a Vettel a volver a parar o a rodar las últimas vueltas con unos neumáticos destrozados, ya que el resto de sus contrincantes optaron por el compuesto más duro. Y así sucedió. Vettel no sólo no quedó primero con esa alocada estrategia, sino que acabó tercero a casi 40 segundos de Hamilton.
Como no podía ser de otra manera, en un circuito de pilotos, el ganador de la liga del resto (los que no son Mercedes, Ferrari o Red Bull) volvió a ser un inmenso Fernando Alonso, que con una gran estrategia y a pesar de rodar en tráfico muchas vueltas, logró mantener un ritmo incluso superior a la cabeza en muchas ocasiones, llegando a hacer hasta la vuelta rápida. Acabó séptimo por detrás de los seis magníficos e incluso logró separarse de un muy consistente Carlos Sainz que terminó por detrás del asturiano, volviendo a sembrar las dudas de su no renovación en Renault tras superar a Hulkenberg en la salida y hacer una muy inteligente carrera.
La nota negativa en Singapur, la protagonizó un nervioso y desbocado Sergio Pérez que destrozó el coche de su compañero en la primera vuelta al no dejarle un espacio que a él le sobraba y que acabó embistiendo a Sirotkin para tratar de adelantarle. Por cierto, el ruso se convirtió en una auténtica chicane móvil que fue ralentizando durante decenas de vueltas a todos aquellos que se lo encontraron en el camino.
Por cierto, Magnussen cumplió su palabra de no encontrarse con Alonso en toda la carrera. Para ello hizo una pésima calificación, sin pasar de la Q1 y se mantuvo en las últimas posiciones en toda la carrera, pese a contar con un coche muy superior a los McLaren, Renault, Williams y Toro Rosso.
Con un Hamilton inhumano, un Vettel inconsistente y una Ferrari empeñada en conseguir que el mejor coche de la parrilla, el suyo, siga sin ganar, las casas de apuestas ya pagan muy barata la apuesta por Hamilton campeón, todo el paddock lo da por descontado.
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Fotos: f1.com