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Delirios de grandeza

Cuando te tenía sentado ante él y con las tijeras en la mano, perdía la noción del tiempo y si le dabas cancha futbolera aún más. Aquellas tardes de viernes podían ser eternas en el tiempo pero efímeras en nuestras sensaciones. Claramunt, Puchades, Pasieguito, Roberto Gil… Hablaba de ellos como si los conociera de toda la vida, como si los hubiera tenido en su «Soria: peluquería de caballeros». Por edad, yo era más de Kempes en adelante y el gran Marito siempre fue un punto de partida y de llegada, para mí y para él. Un equipo de valencianos y para los valencianos Vicent, me decía siempre mi buen «Montilleta». Razón no le faltaba.

Falta de humildad

Cuando en la capital del Turia han llegado las ínfulas de grandeza económica, el fracaso y la desilusión han sido la constante. Habrá quien piense, no carente de razón, que el hombre, el valencianista en este caso, es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Dos, y tres y cuatro y hasta innumerables las ocasiones en que estos ataques de grandiosidad han tenido a la capital del Turia como sede principal.

Tras una temporada de vacas flacas y con el cinturón apretado, se consiguieron éxitos deportivos y con ellos los devaneos con la jet futbolística. Craso error. Se fueron gladiadores y han venido capataces. Se fueron soldados y han venido oficiales. Resultado: faltan hombres para ir a la guerra. Sobran en la retaguardia. Ese espíritu combativo, esa mentalidad solidaria dio paso a unos futbolistas de salón, y en el salón  no se juega como en las trincheras.

A las barricadas

A esas trincheras del cuerpo a cuerpo habrá de volver el Valencia si quiere recuperar lo que tantos éxitos le ha dado históricamente. Un equipo bronco y copero, que se faja bien en las distancias cortas. Un conjunto que es difícil de superar y que aprovecha al máximo los recursos de que dispone. Y cuanto antes lo haga, antes se calmarán las revueltas aguas del viejo Turia.

El Valencia lucha contra sí mismo, contra una necesidad creada por un entorno impaciente y que no entiende de paciencia ni de proyectos a medio plazo. No hay nada peor que convertirte en tu propio peor enemigo. Te asaltan las dudas, dejas de confiar en lo que mejor resultado te dio. Abandonas costumbres que te llevaron al éxito y el desenlace no suele ser bueno. Mala temporada, ventas impopulares y vuelta a empezar un ciclo vital.

Perseverancia y paciencia.

La visión a largo plazo nunca ha sido la más seguida en el «cap i casal». El «pensat i fet», la mentalidad de quemar la falla cada año está muy instaurada en la idiosincrasia valenciana. Trasladado eso al mundo del fútbol, es complicado, por no decir imposible, mantener una regularidad más allá de 3 o 4 temporadas. De héroes a villanos, de cracks imprescindibles a futbolistas mediocres. Dientes de sierra continuos que implican reinventarse continuamente.

Ejemplos de estabilidad como garante de éxito los podemos ver en cualquier ámbito del deporte, pero aplicarlo no siempre es fácil si tiene la perseverancia necesaria. Perseverancia a nivel institucional y paciencia a nivel social.

 

@VicentSarrion

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