Dicen los entendidos que la Historia se repite cíclicamente y que vivimos en un continuo «deja vú». Tal parece ocurrir con el Valencia CF y sus entrenadores. Aquí citamos cuatro casos de la historia valencianista más reciente con la esperanza de que Marcelino reedite los éxitos de sus predecesores en el cargo.
Ranieri en Anoeta
Cuando Mendieta empató en Anoeta, muchos estaban pasándole la soga por el cuello a Ranieri, un entrenador italiano semidesconocido entonces para el gran público y que no parecía dar con la tecla para levantar a aquel Valencia tristón y sin una identidad definida. El equipo luchaba, tenía una actitud irreprochable pero los resultados no llegaban y la paciencia parecía acabarse a orillas del Turia, viendo como un equipo construido para estar en lo más alto coqueteaba con los puestos de descenso. Los jugadores que por entonces parecían no valer para defender la camiseta blanquinegra, entre los que se encontraban los Mendieta, Farinós, Piojo López y compañía, levantaron un título tras dos décadas de sequía al final de la temporada siguiente.
Cúper en el Bernabéu
Ranieri solo fue el principio de un lustro cargado de éxitos, de glorias deportivas y de euforia social. Tras el italiano, llegó Héctor Cúper a Valencia. El técnico argentino había triunfado en Mallorca con el conjunto bermellón y aterrizaba al otro lado del Mediterráneo con la intención de mantener y mejorar el nivel obtenido por su antecesor en el cargo. Con la Copa en las vitrinas y la participación en Champions en ciernes, el comienzo de Liga no pudo ser peor para los valencianistas.
De nuevo tambores de cese, marejada, dudas e incertidumbre en torno a la entidad de Artes Gráficas. 4 derrotas consecutivas y un empate en la quinta jornada pusieron al argentino al borde del cese. El partido en el Bernabéu se antojaba su tumba definitiva pero allí se plantó la semilla de un conjunto con mucha confianza en sí mismo y que fue escalando posiciones y mejorando su juego hasta llegar a disputar ese año la final de la Champions League en París.
Benítez en Montjuic
Tras las dos finales de Champions y con una afición desilusionada por la falta de fichajes de renombre y la salida del muriciélago del escudo, Gaizka Mendieta, de nuevo un entrenador con poco bagaje en el fútbol de élite español, una apuesta muy personal de Javier Subirats. El por entonces secretario técnico de los de la Avda Aragón apostó fuerte por un entrenador metódico, meticuloso y con una trayectoria con altibajos. Había ascendido al Tenerife pero también había sido despedido de otros equipos. Solo el exhaustivo conocimiento de su trabajo pudo empujar al otrora fino centrocampista a otorgarle los mandos de la nave. Algunos atrevidos llegaron a hacer mofa del apellido del técnico, aludiendo a su similitud con el de un afamado torero.
Tras un buen inicio de temporada en el que el el equipo ganó dos de los tres primeros partidos, el conjunto blanquinegro entró en una mala dinámica y a perder fuerza en la clasificación. Los tambores de guerra y los rumores de cese eran cada vez más fuertes y la soga se estrechaba más y más sobre el cuello de uno de los entrenadores más laureados de la historia che. Llegaba al enfrentamiento con los pericos con la imperiosa necesidad de ganar para no verse fuera de la lucha por las plazas europeas y sin pensar, ni de lejos, que se pudiera aspirar al título liguero. En la primera parte, los blanquiazules borraron del campo a un Valencia nervioso, atenazado y con muchas dudas en su juego y en sus ideas. 2-0 al descanso y con Rafa Benítez más fuera que dentro de Mestalla. Los hay quien aseguran que algún directivo pensó en bajar al vestuario en aquel mismo momento para destituirlo.
Afortunadamente, tal cacicada no se llevó a cabo y en tan solo 7 minutos los de la capital del Turia dieron la vuelta al marcador y consiguieron la que sería su primera victoria a domicilio de la temporada y rompieron una racha de 5 partidos sin conseguir la victoria. Rufete, por dos veces, e Illie marcaron los goles que salvaron al técnico y que posiblemente cambiaron la historia del club.
Marcelino en Mendizorroza
Tras la exitosa primera temporada en la que todo salió a pedir de boca, la permanencia en la plantilla de los principales jugadores y la fuerte inversión realizada en fichajes auguraba una vuelta a tiempos pretéritos en los que la lucha por los títulos era permanente. La ilusión por la vuelta a la Champions y la confianza en un equipo que había demostrado muy buenas costuras desbordó el ánimo valencianista y provocó un aumento de la masa social. Todo parecía encaminado a reverdecer viejos laureles. Hasta que empezó a rodar el balón.
Un mal inicio, tanto en Liga como en Champions, atenazó a los jugadores. La alta exigencia autoimpuesta, el bajo estado de forma de algunos jugadores clave, las lesiones de otros y el escaso rendimiento ofensivo de los fichajes llevó a los de Marcelino a coquetear con el descenso. El Valencia encajaba poco pero empataba mucho. La electricidad y la chispa de la temporada anterior se habían perdido y el juego se había vuelto muy previsible. El crédito bien ganado el curso anterior empezó a dilapidarse con rapidez. Solo el buen hacer defensivo y la tremenda igualdad en la competición doméstica mantenían el objetivo Champions a una distancia moderada.
Con la firmeza defensiva estabilizada y algún resultado positivo fuera de casa (Real Sociedad), se llegó al partido de Mestalla contra el Sevilla, el rival más directo en esa lucha por alcanzar la máxima competición continental. El partido estuvo marcado por un guión ya visto muchas veces. Un buen inicio, dominio del partido, oportunidades, falta de efectividad y un rival que sin un esfuerzo excesivo te mata a la primera oportunidad de la que dispone. De nuevo, música de viento en el viejo coliseo valencianista y pérdida de rumbo sobre el terreno de juego. Con un equipo a merced del rival y una grada harta de tanto despropósito a todos los niveles, llegó el milagroso empate de Diakhaby en el 93′. El asturiano salvaba la cabeza en el último instante.
Un buen y trabajado partido en Mendizorroza, marcado de nuevo por la falta de efectividad rematadora y los nervios y las dudas tras recibir el primer golpe en contra, dejaba al equipo en mitad de la tabla en una maraña de equipos separados por muy pocos puntos. Dudas del proyecto, cisma social, apertura del mercado de invierno, nada parecía empujar hacia la necesaria estabilidad deportiva y la calma que necesitaba la escuadra comandada por Marcelino. Con estos mimbres, el cesto ante el Huesca parecía difícil de estar bien enhebrado.
El propietario de Mestalla volvió a las andadas y tras un buen inicio y ponerse por delante en el marcador, se dedicó a guardar su preciado botín. Cada vez más encerrado en su área y asustado ante las acometidas del colista de la categoría, el fatal desenlace no tardó en llegar. Soler, en una acción tremendamente infantil y producto de los nervios, derriba con claridad a un jugador oscense en área propia. Penalty, empate y la afición de uñas contra los suyos. Tocaba remar contracorriente y hacerlo en el peor de los escenarios. Como en el partido anterior como local, minuto 93 y el asedio daba sus frutos. Piccini salvaba los muebles del equipo y la cabeza del técnico. La victoria, sumada a otros resultados, dejaba al Valencia octavo y sin haber acabado la primera vuelta.
Si la historia se repite o no, no lo sabemos, pero si un Valencia tremendamente mermado por las bajas y con un centro del campo en cuadro, es capaz de ganar hoy en Victoria, podríamos pensar en que la historia se repite. Mendizorroza será testigo del inicio de algo o de la vuelta a las andadas. En unas horas saldremos de dudas.