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Va siendo nuestro turno

Llega el derbi. Y eso supone que la semana del partido no es una semana normal y corriente. La atención se dispara en todos los ámbitos y las aficiones cuentan las horas, y se muerden las uñas mientras el partido llega. Unos para disfrutar; otros para sufrir. Unos para que pase rápido y quitárselo de encima; otros para paladearlo durante semanas o meses. Incluso los medios de comunicación nacionales que suelen despreciar con asiduidad al Principado hablan, mucho incluso, de lo que acontecerá este domingo a las 20:45 horas en un El Molinón-Enrique Castro «Quini» que estará hasta la bandera.

Vuelve un encuentro sobre el que no hay rasgarse las vestiduras en reconocer que el Real Oviedo ha sabido históricamente jugar mejor estos encuentros. Los números de más victorias en el derbi están ahí. Llevamos casi diecisiete años sin ganar uno -desde Diciembre de 2002-, así que ya nos va tocando. Pero si no lo hacemos, aunque seguirá tocando el orgullo, no pasará nada. La vida seguirá porque el mundo no se acabará el domingo a eso de las diez y media de la noche. Obviamente el que gane festejará y el que pierda se tendrá que meter en la cueva.

Yo he vivido pocas victorias en derbis. Que yo tenga memoria apenas cuatro o cinco. Es difícil olvidarse de aquel gol de Juanele en el viejo Tartiere en plenas fiestas de San Mateo. O de la avalanchona en el Fondo Sur de El Molinón tras el gol de Monchu un año antes. Pero yo recuerdo con más nitidez dos de la temporada 2001/2002. Es difícil olvidar como el Sporting, asentado por aquel entonces en una Segunda División de una mediocridad absoluta, derrotó dos veces a los carbayones en apenas quince días, en copa primero y liga después. Dos derrotas que fueron las primeras de la temporada de los ovetenses, incluyendo un 0-2 en el Carlos Tartiere (por cierto, jugando además una hora con uno menos por una injusta expulsión a Dorado) con goles de Lozano y un tal David Villa.

Hablaba el pasado lunes con un aficionado que vivió la época dorada del Sporting. Me decía que él vio al Sporting pelear ligas y copas. Frente a unos poderosos Real Madrid o FC Barcelona que, sobre todo se refería al caso de los merengues, solo podían superarte con ayudas externas o malas artes. Nos compadecía, porque solo hemos podido vivir un par de ascensos y unas permanencias agónicas en la máxima categoría. Si, eso es cierto. Pero los hemos festejado como si de una liga se tratase. Al igual que he festejado los pocos derbis que he tenido oportunidad de ver y ganar como dije antes.

Pero no estoy de acuerdo en que mi generación solo ha vivido un par de ascensos. Porque ha vivido una de las mayores humillaciones que se pueden infligir a tu eterno rival. Ahora parece que ya nadie se acuerda, pero los triunfos de nuestro filial sobre el Real Oviedo siguen presentes en la memoria de unos y de otros. Y quizá esos encuentros no merezcan que se les llame derbis. Pero nadie podrá negarnos la sonrisa pícara de satisfacción al acordarnos de aquel 1-4 de 2014, o el 4-1 de 2013. Son victorias que forman parte de una generación que vio como su eterno rival tocaba o estaba muy próximo a tocar fondo al perder contra su filial.

Y de eso va una rivalidad y un derbi. No solo va de ganar a tu eterno rival. Va también, si es posible, de humillarlo. Pero vayamos poco a poco y por ahora nos conformaremos con ganarlo; aunque sea con un gol ilegal en el descuento. Que ya va siendo nuestro turno de volver a ganar un derbi, carajo.

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