La desilusión y el llanto llegó definitivamente al barrio de Vallecas con el descenso del Rayo a la Segunda División. Un descenso, que, de todos modos, se veía venir desde hace tiempo. Pese a ello, una afición que nunca se rinde dio alas a su equipo durante toda la temporada. Una afición que nunca se bajó del barco confiando y teniendo la esperanza de que su equipo lo sacaría a flote. Un barco, que desgraciadamente para sus aficionados, ahora se hunde definitivamente, pero no así sus gritos de ánimo para que el Rayo vuelva a ascender a la categoría que su gente merece.
El descenso es triste, pero merecido, no hay discusión. El equipo no ha estado a la altura de lo que requiere la Liga Santander. A veces por mala suerte, otras por mal juego o por una mala suerte que provocaba el propio equipo en su contra. Errores que a punto estuvo de solucionar Míchel y errores que se reafirmaron e incluso se ahondaron con la llegada de Paco Jémez. Y es que, quizá, la destitución de Míchel fuera un tiro en su propio pie por parte de la directiva. La plantilla estaba ligada de manera especial al técnico que consiguió ese preciado ascenso y su baja fue un bajón en sus mentes. La llegada de Paco Jémez en lugar de Michel, supuso un giro más en el estilo valiente del Rayo. Ese estilo de Jémez, amado por unos y odiado por otros, no fue más que una confirmación de la inexistente falta de intensidad en defensa del Rayo. Este aspecto ha sido clave, se ha visto a lo largo de toda la temporada y es algo que ninguna plantilla a este nivel debería haber permitido. La falta de dureza, la falta de concentración y la facilidad de dejarse remontar han hecho que el equipo franjirojo cavase su propia tumba, con honor, pero a la vez con un sabor muy agridulce por no haber sido capaces ni siquiera de solucionar algo que se les exige mínimamente a todos los equipos, intensidad y un mínimo de rigor defensivo.
Muchos aficionados se siguen preguntando algo, ¿qué hubiese pasado con Míchel en el banquillo? Y es que en la barriada madrileña se quería mucho al técnico, una persona en la que todo el mundo confiaba y que ningún amante de la franja hubiese querido tener fuera. Se piensa que con Míchel el equipo hubiese dado un esprint final mejor que con Paco, que, a pesar de todo lo ha intentado, sin tener la culpa del descenso ni de llegar en la situación que llegó. Un papel complicado que no ha sabido cumplir. Por ello, al margen de lo deportivo y de lo táctico, gran parte de la culpa del equipo vallecano es la falta de organización y de inversión de la directiva. Una directiva que no es muy bien recibida entre los aficionados y que está en entredicho.
En cualquier caso, Vallecas ha regalado una gran temporada a la Liga Santander y ha hecho de todo menos defraudar. Un equipo como el Rayo, con una afición 10 y que llena el estadio cada jornada para apoyar a su equipo gane o pierda, siempre proporciona espectáculo. Por ello, desde detrás de esta pantalla, no tengo ninguna duda de que el Rayo volverá a la categoría en la que merece estar, porque el equipo habrá descendido, pero su afición y el barrio de Vallecas, son de Primera.