En una semana se cumplirán 365 días de la llegada de Manuel Mosquera (A Coruña, 10 de agosto de 1968) al banquillo del Extremadura UD. Su llegada fue casi una revolución en aquel año. De forma sorpresiva, llegó para sustituir a Rodri, que previamente había sustituido a Juan Sabas, artífice del ascenso a la categoría de plata. Ninguno de sus predecesores logró dar regularidad y la marcha de Enric Gallego hundió deportivamente al club. Todo parecía abocado al descenso.
Echando la vista atrás un año, su llegada se produjo tras 27 jornadas y el equipo estaba en puestos de descenso a cuatro puntos de la salvación y en depresión de resultados. Hacía siete jornadas del último triunfo y el equipo estaba en caída libre. Se buscaba una reacción en el banquillo y llegó un Manuel Mosquera que abandonó la estructura del Deportivo para intentar lograr la salvación de un equipo en el que había sido jugador.
Su llegada fue un soplo de aire fresco. Tras un empate y una victoria, llegaron dos derrotas, que volvían a hundir al equipo en descenso a tres puntos de la salvación. Pero entonces llegó el mes mágico de abril. Cinco victorias seguidas no solo le sacaron de descenso, sino que hasta le dio un colchón de cinco puntos con el descenso. De ahí en adelante supo administrar su ventaja y sellar la permanencia con dos jornadas de margen.
Una reacción igual es necesaria ahora
Ahora el técnico, tras 28 encuentros disputados, sigue en el equipo que está en descenso a tres puntos de la salvación, los mismos que el año pasado tras 28 jornadas. El equipo logró un esperanzador empate la pasada jornada en El Toralín. Precisamente los mayores problemas -a pesar de haber ganado hace poco al Lugo- del equipo están llegando como local. Como visitante el equipo compite de forma excelente y sacar resultados. Es por ello que Manuel Mosquera ya conoce esta situación y «solo» tiene que intentar lograr el mismo revulsivo que logró la pasada campaña. El futuro del club azulgrana depende de ello.