La salida de Óscar Perarnau del Espanyol es ahora una realidad, pero no podía sorprender a casi nadie. De hecho hace meses que su salida era un hecho a falta de confirmación oficial. Cuando tras la Junta General de Accionistas, Rufete se erigió como principal responsable ya se podía atisbar la pérdida de confianza en Perarnau por parte del club.
A pesar de que hay otros culpables, no cabe duda de que su cuota de culpa en el desastre de temporada que está cuajando el cuadro perico y que intentará salvar en una carrera contra el reloj en unas semanas. Sus decisiones el pasado verano y sus fichajes han sido su mayor condena. Convenció al club de apostar por David Gallego como primer entrenador y apostó por Calero y Calleri para cubrir la bajas de Mario Hermoso y Borja Iglesias; dos hombres que habían sido claves.
A día de hoy son dos fichajes que son totalmente fallidos. Calleri abandonará el club a final de campaña y Calero, aunque tiene contrato hasta 2024, no tiene continuidad asegurada. Pero quizá la decisión que dilapidó el crédito que le quedaba fue el fichaje de Pablo Machín como técnico para sustituir al de Suria. Un técnico que fue incapaz de reconducir la situación con la plantilla que tenía y al que, una vez Rufete tomó el pleno mando en las operaciones, éste sustituyó por Abelardo justo antes del mercado invernal.
En todo esto cabe destacar su actitud de autocrítica. Óscar Perarnau siente al Espanyol y le duele la actual situación. Sabe de sus errores y fue el primero en asumir lo equivocado de sus decisiones. A él tampoco le ha sorprendido su salida del club porque es seguro lo sabría hace meses o, como mínimo, lo intuía. Tampoco conviene olvidar que Chen Yansheng ha convertido las oficinas en una ‘trituradora’ de personal. Por ello, Rufete, quien tiene desde enero el bastón de mando, tiene la obligación de acertar o será el siguiente. La paciencia no es una virtud del máximo accionista blanquiazul, aunque esta temporada su ‘purga’ tenga sentido tras el devenir del equipo.