Muchos infieles dejamos de creer en el santo del mallorquinismo. Me incluyo porque era de esos que veía en Abdón una ficha mal invertida, pero Abdón siempre aparece cuando se le necesita.
Salió de Artà para ir al equipo de su vida, quemó etapas y llegó al primer equipo. Con pocas oportunidades fue desterrado con la ilusión de volver y vestir la bermellona. Sin embargo, no recibió esa llamada hasta que el club atravesó el peor momento de su historia reciente. El descenso a Segunda B fue lo que necesitaban Abdón y Mallorca para reunirse de nuevo.
El año de bronce se saldó con un ascenso a Segunda y con Abdón siendo el máximo goleador. El siguiente paso ya era más complicado y para eso Abdón dejaba más dudas. En el primer encuentro marcó y llevó al Mallorca a los primeros tres puntos. Después de un buen inició el de Artà desapareció de las alineaciones y desde el seno bermellón no se le echaba de menos. Llegó Budimir y junto con Álex, se vieron relegados a la suplencia constante.
Nadie le echaba de menos, hasta que volvió a aparecer para cerrar bocas. En Riazor alentó a todo el mundo. Esas señas levantando el ánimo de todos los mallorquinistas para hacer de Son Moix una caldera. Las imágenes fueron la motivación necesaria para una afición y un equipo. El resto ya es historia. Mallorca entera se metió en la zurda de Abdón para armar un misil y mandarlo al fondo de la red de Dani Giménez. Llegó para sacar al Mallorca del pozo y lo metió en Primera.
En la categoría de los dioses del fútbol, Abdón volvió a desaparecer. Pero dejó claro que pone al colectivo por encima de su persona. Le dolieron las críticas y no alzó la voz. En la vuelta a Segunda, muchos poníamos en duda su capacidad para ser uno de los delanteros del equipo, calló y trabajó.
En Almería se sacó el gol de su vida. Una chilena de altura, con la que todos nos pusimos las manos en la cabeza y que sirve para sumar tres puntos ante uno de los gallos de la competición. Abdón tiene un don de la idoneidad y es capaz de aparecer en momentos límite, podrá errar muchas veces, pero siempre estará ahí en los momentos decisivos.
Lo de ayer fue solo un grito al cielo reclamando respeto y, personalmente, se lo ha ganado.