18.500 aficionados acudieron a Son Moix, perfectamente acicalados para dar voz y color al estadio y arropar a los suyos para conseguir media permanencia. El ambiente invitaba a presagiar una tarde histórica y feliz, sin embargo, el Mallorca se empeño en convertirlo en uno de los días más vergonzosos de los últimos años. Los dejó plantados.
La afición respondió. Recibió al equipo con sus mejores galas. Bengalas, cánticos y un mar de camisetas rojas acompañaron a los jugadores hasta el estadio. Un ambiente increíble, parecido al de ese 23 de junio de 2019. Un recibimiento a la altura de la ocasión. Los que no estuvieron fueron los jugadores. Después de 45′ llenos de miedo y tensión, en los que el Mallorca fue ligeramente superior, la segunda parte se llenó de desgracia, se tiñó de negro y el Granada se llenó de gloria a costa de una afición que no se lo creía. Estupefacta, derramó lágrimas en cada vomitorio mientras miles de mallorquinistas abandonaban las gradas de Son Moix incrédulos e indignados con una imagen desastrosa.
Tan sólo Pablo Maffeo fue capaz de arrancar una mínima ovación al final del partido. Con el estadio casi vacío, el jugador catalán fue el único que defendió el escudo con honor y lágrimas que se trasladaron a la rueda de prensa de después del partido. El resto fueron abucheados, criticados y silbados por los pocos valientes que se quedaron a ver el sexto gol granadino en otra verbena defensiva del Mallorca. Que por cierto, casualidad o no, este fin de semana, se inauguraba la temporada verbenera en la isla, y la defensa quiso hacer honor a la ocasión.
Sevilla es una final
Después de la barbarie que se vivió ayer, la vida sigue. El miércoles, queráis o no, hay otra noche en la que se puede maquillar la deshonra de Granada. El rival impone, es superior, pero mientras haya una mínima esperanza, el equipo debe luchar porque con una victoria, el panorama vuelve a cambiar. Sin margen de error, sumar y limpiar la imagen es prioritario a día de hoy.