He dudado muchos días si debía escribir estas líneas porque quizá no fuese el mejor momento. Ya saben; esas cuatro palabras que tanto cacarean algunos de «no es el momento» para hacer protestas y que me evocan a una época hace años cuando yo mismo, junto con otro grupo de valientes, organizamos protestas multitudinarias en un año que, casualmente, acabó siendo un éxito deportivo. Ya saben «no es el momento» de protestar porque eso puede interferir en el ‘verde’ como se vio aquella temporada. Una temporada que a día de hoy sigue siendo el último ascenso a Primera División del club.
Pero sí; llevaba días pensando que quizá era mejor esperar a final de temporada para escribirlas, pero lo haré ya mismo. Unas líneas de pesadumbre, desafección y por decirlo claramente, mucho cabreo. Aunque creo, por una cuestión de fe más que por argumentos, en que este año el Sporting mantendrá la categoría, no puedo más que resignarme a que, probablemente más temprano que tarde, el Sporting acabará descendiendo fuera del fútbol profesional. Y me resigno a ello porque sus dirigentes, o mejor dicho, dirigente, porque en realidad solo manda uno, así lo quiere.
Quizá porque estaba harto de una guerra que no podíamos ganar, le di un voto de confianza a Javier Fernández. No la podíamos, ni la podemos ganar, porque ni estuvimos, ni estaremos unidos. En 2015 tuvimos una oportunidad, pero «la pelotita entraba» y la gente se olvidó de pelear por el Sporting. En definitiva, cansado de chocar con un muro, quise confiar y había señales que, de verdad lo sigo pensando, invitaban a, cuanto menos, esperar. Porque se veía que Javier no era como su padre; ni tampoco como el peón de su progenitor en la inmundicia que respondía a las siglas de AGA.
Pero a día de hoy todo es tan negro como la historia que Javier Fernández va a escribir en el Sporting. Un presidente que se cree capaz de gestionar él mismo todas las áreas de un club de fútbol profesional. Unas decisiones -en algunos casos su falta de toma de decisiones- va a acabar llevando a unas categorías en las que nunca hemos visto a una entidad centenaria como es el Real Sporting de Gijón. Que no vamos a ocultar ahora que el no haber caído nunca más bajo de la Segunda División tiene mucho que ver con la ‘suerte’ de Pepe Ortiz. Pero bien orgullosos que estamos de ser uno de los nueve clubes que nunca ha conocido el «barro» futbolístico.
Javier Fernández ha demostrado ser un competente gestor económico, e incluso a nivel social, de la SAD. Nada brillante, pero podemos decir que el mínimo exigible lo cumple. Pero no tiene ni la más remota idea de como llevar la parcela deportiva de un club de élite. Ni él ni sus adláteres en el consejo de administración, que no hacen otra cosa que pasarle la mano por el hombro y darle palmadas. Por eso no puedo entender porque cada vez se inmiscuye cada vez más y más en esa parcela siendo él quien toma todas las decisiones estratégicas en materia deportiva.
Porque aunque en la Junta de Accionistas diga que los fichajes o los movimientos de sillas en el banquillo son a propuesta de la dirección deportiva, eso no es así. Javi Rico es poco menos que un hombre de paja porque su poder de decisión está limitado. Por eso mismo sigue en su cargo a pesar del absoluto desastre que está siendo esta temporada. Porque es el escudo perfecto desde la dirección deportiva para cargar con las culpas de decisiones que él no ha tomado. Esas son cosa de su jefe, que premia esa labor manteniéndole en el cargo y quien sabe si promocionándole a un cargo creado ad hoc.
Quieran Quini, Manolo Preciado y demás mitos rojiblancos desde el cielo que yo no esté en lo cierto y como se dice dentro del club, haya sido mala suerte o una serie de factores desgraciados que nos castiga año tras año a vivir en la inmundicia y la mediocridad. Pero lo cierto es que, si bien insisto en que estoy convencido no será este año, también lo estoy de que la megalomanía de Javier Fernández llevará a que algún año veamos al Sporting competir en esa Primera RFEF de reciente creación y que vemos como clara amenaza.