Desde el inicio de la pretemporada del Athletic Club, era de todos sabido que habría que acometer varias decisiones difíciles en el apartado de las salidas de jugadores. La plantilla del primer equipo era larga y ciertamente descompensada. En todas las quinielas aparecían nombres que tenían todas las papeletas para buscarse destino en otras latitudes futbolísticas. Pero hay casos que son sangrantes. Casos a los que se le ha negado una mínima oportunidad de reivindicarse o convencer al míster. El fin de la relación contractual recientemente anunciada entre Iñigo Vicente y el conjunto rojiblanco es uno de ellos.
Sin oportunidades para demostrar
Muy claro lo tienen que tener en Lezama, tanto Ernesto Valverde como su cuerpo técnico para sin ni tan siquiera completar dos semanas de entrenamientos y ni jugar un solo partido amistoso de preparación, tomar la decisión de cortar a un futbolista que por lo diferente que es al resto debería de haber tenido una chance mayor.
El caso es que Iñigo Vicente con un año aun de contrato y tras completar dos cesiones en el CD Mirandés donde tuvo actuaciones destacadas, por decisión de los que eligen, ha tenido que decir adiós a la que ha sido su casa desde hace quince años.
Un futbolista diferente
Tras ingresar en la categoría alevín en la Cantera de Lezama, fue subiendo escalones gracias a su gran visión de juego, su técnica privilegiada y una precisión de la que muy pocos pueden hacer gala. Se va con el consuelo de haber podido debutar con el primer equipo y así cumplir el sueño de cualquier cachorro. Podrá contarles a sus nietos que un 1 de octubre de 2020 se convirtió en León en San Mames frente al Cádiz y que disputó tres partidos oficiales en el Athletic (ojalá pueda decir en el futuro que fueron muchos más).
De todas formas, yo podré contarles a los míos, como ya le cuento a mis hijos, que tuve la suerte de ver jugar al futbol en Lezama desde bien joven a un chaval de Derio que era diferente a los demás. Que cada vez que pasaba el balón por sus botas mejoraba la jugada. Que cuando la tenía Vicente, parecía que se paraba el mundo durante unos segunditos a la espera de ver con que nos sorprendía. Un jugón de los que por desgracia ya vemos pocos, muy certero en el balón parado. Un mago, un asistente, un jugador vertical e ideal para jugar entre líneas.
En su debe los detractores le achacan su fragilidad física, su poco espíritu de sacrificio y la poca entereza a la hora de defender. Pero Iñigo siempre ha intentado defender con el balón y con su clarividencia. Como en todo en la vida, siempre ha habido obreros e ingenieros, Vicente es de los segundos de los que crean e innovan. Del gremio de los artistas que te dejan con la boca abierta, rentabilizándote el pago de una entrada de futbol.
Un centrocampista con gol, 20 dianas en 68 partidos con el Bilbao Athletic y 9 goles con el CD Mirandés en las dos campañas que ha jugado con los de Anduva en la Liga SmartBank, finalizando esta temporada en el top-10 de los mejores jugadores ofensivos de Segunda. El gol ese bien preciado que por lo visto la pasada campaña, tanto necesita el Athletic para llevar a buen puerto el barco que acaba de estrenar.
Temporada tras temporada, esperamos ver la irrupción de jugadores distintos al cliché que marca el futbol actual, futbolistas que emocionen en un deporte que se ha vuelto muy físico, esclavo de la pizarra y sin aparente espació para la improvisación e imaginación. Pero cuando tenemos uno delante, como los es en mi humilde opinión Iñigo Vicente, se le buscan los peros por encima de apreciar sus virtudes. Por lo que sigo preguntándome porque no encaja el deriotarra en el Athletic Club.