Hace 16 años, allá por el mes de junio de 2006, el Real Sporting de Gijón atravesaba una de sus épocas más oscuras. En pleno concurso de acreedores, forzado además por éstos mismos, estaba totalmente intervenido, sin que ninguno de sus (mal)dirigentes pudiese mover un solo papel sin autorización judicial. El equipo venía de una temporada mediocre, en la que logró salvar los muebles en Segunda con una plantilla de circunstancias entrenada por Ciriaco Cano, una de las leyendas de la entidad, que acudió al rescate ante la imposibilidad económica del club de fichar a un entrenador de cierto caché.
El 22 de aquel mes llegó a Gijón para ser presentado Manolo Preciado Rebolledo. El Sporting cerró su fichaje por la insistencia de quien fue nombrado director deportivo por el club al no haber otro: Emilio de Dios (hoy mano derecha de Monchi en el Sevilla FC). La propiedad, la infausta familia Fernández, quería a Josu Uribe. Éste alegó no verse emocionalmente preparado para entrenar al Sporting tras haber perdido meses antes a su padre. Aunque no mucho después asumió la dirección del millonario proyecto del Hércules, le doy las gracias por no aceptar el banquillo local de El Molinón.
En su presentación en Gijón, Manolo Preciado dijo varias cosas. Pero hay una frase que muchos aún recordamos. «Aquí lo que hace falta es alegría». El entrenador cántabro había vivido como visitante lo que podía hacer El Molinón cuando la gente está enganchada con el equipo. Y se marcó ese como su objetivo; lográndolo. Apenas dos años después, con el club igualmente intervenido, el 15 de junio de 2008, el Sporting volvió a Primera diez años después de su último descenso. Preciado cumplió con su palabra y caló tan hondo en la gente que tras su muerte en junio de 2012, se le levantó una estatua.
Dieciséis años después, en junio de 2022, la familia Fernández volvió a sumir al club en la oscuridad. Sin estar intervenido, pero con graves problemas económicos. Deportivamente la temporada acabó de forma vergonzante, salvando la categoría solo porque otros equipos fueron rematadamente peores. La depresión se sumía nuevamente sobre el Sporting, pero el 28 de junio de 2022 apareció el Grupo Orlegi. El conglomerado empresarial mexicano dirigido por Alejandro Irarragorri compró la SAD. Fin a una era oscura y tétrica de 28 años de la familia Fernández al frente del club.
En su primera aparición pública, Irarragorri prometió trabajo y dedicación a la afición para que el futuro sea brillante. De eso hace ahora 37 días. Por el medio una campaña de abonados polémica por las subidas de los abonos. Pero a la que la afición respondió. Porque si después de casi tres décadas de oscuridad y sombra aguantó, bien podía aguantar un poco más y dar oportunidad a los nuevos. Largas colas los primeros días de campaña, llegando a expenderse en algún día más de 1.000 abonos.
A falta de nuevas cifras, en cuatro semanas se han superado con creces los 15.000 abonados y van camino de los 20.000. Una cifra que se marcó la nueva propiedad como objetivo y que muchos, como yo, vimos casi imposible de lograr. Pero que ahora parece se va a alcanzar. ¿Cómo? Pues porque como también dijo otro sabio, de Hortaleza en este caso, «máteme, pero no me mienta». Y es que el Grupo Orlegi prometió fichajes ilusionantes para la plantilla y no mintió. La frase tan manida aquí de «el dinero en el prao» parece que se está cumpliendo, como bien demuestra la inyección de capital por más de 5 millones de euros, como mínimo, que ha anunciado realizará en una ampliación de capital..
Fichajes como Izquierdoz, Cote o Jony han despertado la ilusión en el sportinguismo. Éste, un 2 de agosto, congregó a unas 8.000 personas en El Molinón para presentar a los nueve fichajes realizados en apenas un mes y el fin del destierro de una leyenda del club como Enzo Ferrero Águila, denostada por el club solo porque años atrás eligió otro bando cuando los Fernández se hicieron con la mayoría accionarial. La ilusión es la consecuencia de haber devuelto la alegría. Porque ya lo dijo Manolo Preciado. Aquí lo que hacía falta, era alegría. Y Orlegi la ha traído consigo. Que nos dure.