El 22 de marzo nunca había sido una fecha especialmente relevante en el mundo del fútbol. Algo que ha cambiado por completo este 2023, una fecha en la que Mesut Özil, uno de los mayores talentos futbolísticos de la última década, ha tomado la decisión de colgar las botas. Una carrera marcada por un talento innato, estandarte de toda una generación de futbolistas, y unas decisiones cuestionables, que le han llevado a no alcanzar un techo que por momentos pareció infinito.
Algo que no implica, ni mucho menos, que la carrera del alemán haya sido un fracaso. Cabe recordar que fue una de las piezas claves de la Alemania que ganó un Mundial en Brasil, así como una de las piedras angulares del Real Madrid de Mourinho, uno de los equipos más verticales que recuerda el Santiago Bernabéu. La representación perfecta del rock n’ roll que el técnico luso impregnó en el conjunto blanco.
Tampoco en el Arsenal tuvo una trayectoria que se pueda considerar infructífera, ya que se alzó hasta con ocho trofeos domésticos como gunner. El problema con su carrera llega al recurrir a las comparaciones, que siempre son odiosas. Y es que mientras que los Modric, Isco y Kroos levantaban una Champions League tras otra, Mesut se tenía que conformar con trofeos menores. A pesar de ello, la mayoría recuerda su estancia de tres años en la capital como un amor de verano: fugaz, intenso, y, sobre todo, inolvidable.
Un talento generacional en peligro de extinción
Sin embargo, ni siquiera esas malas decisiones han sido lo suficientemente grandes como para empañar la carrera del alemán. Algo que sirve para poner en contexto un talento de época, fuera de lo ordinario. Y es que Mesut era uno de esos futbolistas distintos, por los que valía la pena pagar una entrada. De esos que conforme recorría la banda, provocaba en la grada una hilera de cabezas levantadas a la espera del próximo truco.
Y en un fútbol en el que cada vez es más evidente que el físico prima por encima del talento, en el que triunfa aquel que golpea más duro el balón, el que recorre más rápido la banda, o el que tiene mayor capacidad física para replegar en pleno contrataque, Özil era la excepción. A diferencia del resto, cuidaba de la pelota. Con su zurda de seda la acariciaba, la mimaba, y la cortejaba como si de su pareja de baile se tratase. Hasta el punto de que en ocasiones parecía una extensión de sí mismo.
Un futbolista que no corría, bailaba. Como una bailarina que apura los últimos compases en El Lago de los Cisnes de Tchaikovsky a la espera del acto final. Como el funambulista que camina, titubea y se tambalea sobre la cuerda floja, pero cuenta con la certeza absoluta de que llegará al final de la misma. Con la delicadeza de Miguel Ángel al esculpir hasta el detalle más ínfimo en el rostro de su David.
Pero como hemos visto en la sociedad en todo tipo de ámbitos, el talento de Mesut era demasiado grande para permanecer con el paso del tiempo. Algo que hemos podido comprobar en el propio fútbol, con otros casos de talento desmedido como el de Ronaldinho, o en el mundo de la música, con la corta pero significativa carrera de artistas que nacieron para dejar su huella en el mundo antes de marcharse de forma prematura, como Kurt Cobain.
Y como si de la crónica de una muerte anunciada se tratase, Özil dijo ayer adiós de forma definitiva al mundo del fútbol. Un adiós que deja una sensación agridulce en los amantes de la redonda, sabedores de que han tenido la fortuna de disfrutar de un talento generacional, de esos que aparece una vez en la vida, pero con la duda eterna e imperecedera de hasta dónde podría haber llegado de haber emprendido otros caminos.
Un adiós que no por esperado duele menos. Un mago que ha realizado su último truco, ha colgado el cartel de ‘se acabó la función’, y ha dejado su chistera sobre el frío suelo del escenario junto a un mensaje de despedida. Un escenario que ahora se halla vacío, tras las puertas cerradas de ese teatro de los sueños en el que millones quedaron maravillados ante una magia que, hasta entonces, no creían posible. Y por eso, los niños que crecieron quedando maravillados ante sus trucos, hoy sonríen un poco menos.