Hace ya 14 años, Florentino Pérez regresó a la presidencia del Real Madrid con único objetivo: montar un nuevo equipo de súper galácticos para hacer frente al Barça de Guardiola, un equipo que, por aquel entonces, no parecía tener rival. Grandes nombres desembarcaron en el Santiago Bernabéu, algunos que hicieron historia, como Cristiano Ronaldo, y otros que se quedaron por el camino, Como Kaká.
Sin embargo, solo con uno de todos los nombres Florentino Pérez realizó una excepción que no hizo con ningún otro, ni en esta etapa ni en la anterior. Y es que el Presidente del Real Madrid tomó un vuelo directo a Lyon para visitar el hogar de un niño que vivía con sus padres. Un niño que, como todos sabemos, era Karim Benzema.
Un niño que llegó a Madrid siendo nada más que eso, un niño. Pero en la capital se convirtió en un hombre, y, con el paso de los años, llegó a consolidarse como una leyenda no solo del conjunto blanco, sino del fútbol mundial.
Y es que Karim, como las obras de arte, siempre ha sido un futbolista amado por muchos e incomprendido por otros. Y es que ahí radica gran parte del encanto en todo lo que respecta al arte y los artistas. La línea entre la admiración y la incomprensión es tan difusa que ambas pasan a formar parte de un mismo concepto. Y el hecho de que muchas personas no sean capaces de valorar una obra, no implica que esta tenga menos valor.
Y es que Karim ha sido y es uno de los últimos artistas que cuidan de la redonda. En un fútbol cada vez más físico, el francés era de esos que prefería invitar a bailar a la pelota en lugar de golpearla. Una contradicción en sí misma, teniendo en cuenta que abandona la que ha sido su casa durante catorce años siendo el segundo máximo goleador de una institución tan inconmensurable como es el Real Madrid.
Y como fiel reflejo de lo que ocurre en la pintura, en la música o en cualquier vertiente artística, los destellos han estado muy por encima de la irregularidad. Algo que no implica que el francés haya sido cuestión de momentos fugaces, y es que en su peor temporada de blanco, acertó a anotar un doblete en unas semifinales de Champions League frente a todo un Bayern, y abrir la lata en la final de Kiev, que acabaría con La Decimotercera en las vitrinas del Bernabéu.
Lo que sí es incuestionable, es que en los momentos de lucidez, el francés ha logrado no solo colarse en el Olimpo futbolístico, sino hacerse con el trono. Ejemplo de ello fue la pasada campaña, en la que lideró al Real Madrid hacia una nueva Champions League, la quinta en su palmarés, haciéndose merecedor de un Balón de Oro en tiempos intermedios entre los Messi y Cristiano, y los Haaland y Mbappé.
Pero más allá de su rendimiento en el campo, su actitud fuera de él lo ha llevado a calar como una de las mayores leyendas que han vestido la camiseta blanca. Nunca ha exigido una titularidad, nunca ha pedido aumentos, y, sobre todo, nunca ha pasado las facturas pendientes a todas aquellas personas que en algún momento dado se atrevieron a dudar de él.
Como un profeta benévolo, Karim nos quitó la venda de los ojos y se la enfundó en la mano para recordarnos lo ciegos que fuimos. Y lo ha hecho en un acto final antes de despedirse, con una temporada en la que ha sido el baluarte de una oda al fútbol clásico, llevando al Real Madrid a ganar su última Champions League, dejando por el camino a una retahíla de clubes estado a los que dio la valiosa lección de que el dinero no puede comprar la historia.
Y tras una carrera de catorce años, el francés pone rumbo a Arabia con la certeza de aquel que sabe que ha cumplido el sueño de su madre, el de Florentino Pérez y, por encima de todos, su propio sueño.
Y como los pintores que dejan sus lienzos, Karim pasa a la historia con una larga lista de cuadros que permanecerán como parte de la historia por los siglos los siglos. Unos cuadros entre los que se encuentran el camino como un funambulista por la línea de fondo del Vicente Calderón, el panenka en el Etihad cuando el Madrid tenía el agua al cuello, o su bota derecha interfiriendo en la trayectoria del esférico tras salir de los guantes de Karius.
Un impagable servicio ante el que el madridismo solo puede rendirse y ofrecer una última ovación a uno de los que ha sido los mayores estandartes de la época más gloriosas del conjunto blanco. Porque como dijo Mario Benedetti, “aunque no tuvieron un final feliz, sonrieron todas las horas que pasaron juntos”. Lo vivimos, lo amamos. Merci Monsieur, siempre serás uno de los nuestros.