Corren las últimas horas del mercado de fichajes, periodo convulso y de gran trascendencia que en ocasiones ha marcado el devenir de los tiempos. Hombres que se roban el destino unos a otros, grandes fiascos, sorpresas de última hora… Y, por supuesto, aquellas historias que no fueron.
No son pocas las ucronías que nos dejan los episodios veraniegos. Quizá la más reconocible sea la que especula con un hipotético rechazo de Neymar a firmar por el PSG, un movimiento tildado de error mayúsculo imperdonable por amplios sectores del barcelonismo.
Otras se van fraguando con el paso de los años. Quién sabe si la icónica imagen de Kylian Mbappé como leyenda del Real Madrid forme parte de la memoria colectiva como un hecho predestinado, que sigue su cauce lógico en otra dimensión.
En este sentido, la Juventus de Turín, protagoniza dos “no fichajes” que probablemente hubieran elevado su caché a un escalón superior. La Vecchia Signora ha contado en sus filas con grandes hitos de la historia del balompié, tales como el majestuoso Zidane, Del Piero, Buffon o Platini. Ello le ha permitido dominar el prestigioso campeonato italiano, sin embargo, su rendimiento en Europa nunca ha estado a la altura de las expectativas, incluso durante la breve etapa bianconera de Cristiano Ronaldo.
Esta anomalía se evidencia con un dato estadístico muy concreto. La Juventus acumula casi tantos Scudetti (36) como la suma de sus dos clásicos rivales, Inter y AC Milan (19 cada uno), pero se sitúa por detrás de éstos en el palmarés de la máxima competición continental: pese a disputar 9 finales, sólo ha levantado 2 “orejonas” por las 3 de los nerazzurri y las 7 de los rossoneri.
Pero la historia pudo ser distinta. A principios de los 50, antes incluso de que la Copa de Europa fuera una realidad, la Juventus tuvo la posibilidad remota de fichar a Alfredo Di Stéfano, jugador que tiranizaría el torneo durante el siguiente lustro.
La oportunidad se le presentó durante la ardua disputa entre Barcelona y Real Madrid por hacerse con los servicios del futbolista porteño, un asunto complejo que requiere de cierto contexto.
En 1950 la situación federativa de Di Stéfano se encontraba en un limbo legal. Como muchos otros compatriotas, se había declarado en rebeldía durante la huelga del fútbol argentino para recalar en la liga colombiana, considerada “pirata” por la FIFA. En su caso particular, la saeta rubia dejó plantado a River Plate para firmar cuatro temporadas con el Millonarios de Bogotá.
Por la calidad desplegada sobre el terreno de juego y en honor a su uniforme, el equipo recibió el nombre de El ballet azul. Deslumbró al mundo en un amistoso disputado en el Bernabéu, con una victoria por 2-4 ante el Real Madrid en la que el futbolista porteño firmó un doblete, atrayendo el interés del club blanco, pero también de los ojeadores del Barcelona, pendientes de la tuberculosis que sufría Kubala.
Dos años después, River Plate, que había litigado en los organismos internacionales, obtuvo una sentencia clave en esta historia. Di Stéfano cumpliría su compromiso con Millonarios, club al que se le reconocerían sus derechos federativos hasta octubre de 1954 y luego el jugador debía regresar a Argentina, respetando el contrato que le vinculaba otros dos años al conjunto rioplatense.
Para añadir más complejidad al caso, en febrero de 1953 el jugador argentino decidió unilateralmente poner fin a su estancia en Colombia e incluso barajó la posibilidad de retirarse.
En medio de todo este enredo, el Barcelona llegó a un acuerdo con River Plate por cuatro millones de pesetas, asegurándose de este modo la presencia de Di Stéfano en la plantilla blaugrana a partir de la temporada 1954/55. Además, Enrique Martí, presidente del club catalán, viajó a Bogotá para negociar con Millonarios, propietario de su licencia durante la siguiente campaña, la incorporación inmediata del jugador, pero el conjunto colombiano pidió cerca de 30.000 dólares, cifra que Martí consideró exagerada. A su regreso a España, afirmó que la entidad culé estaba dispuesta a dejar al argentino un año sin jugar.
Mientras tanto, el Real Madrid realizó el viaje a la inversa. Primero pagó el importe exigido por Millonarios y luego Raimundo Saporta se presentó en la sede de River Plate, donde constató que poco podía hacer porque los argentinos ya habían recibido dos de los cuatro millones prometidos por el Barça.
Di Stéfano ya se encontraba en la ciudad condal desde mayo de 1953, integrado en la disciplina del primer equipo e incluso habiendo disputado varios amistosos con la camiseta blaugrana. Sin embargo, no podía ser inscrito sin el visto bueno merengue. Es entonces cuando el Barcelona intentó vender su parte a la Juventus porque veía que el fichaje iba a ser imposible, circunstancia que indignó al futbolista.
El asunto requirió de la intervención de la FIFA, cuya decisión fue salomónica pero algo disparatada: el futbolista jugaría en el Real Madrid durante la temporada 53/54, luego en el Barça durante la 54/55 para posteriormente regresar al Madrid en la 55/56 y mudarse otra vez a Barcelona en la 56/57. El conjunto culé protestó duramente contra tal veredicto considerando que prolongar la estancia de Di Stéfano en el Madrid a partir de octubre de 1954 (cuando vencía la potestad de Millonarios sobre el futbolista) carecía de sentido jurídico, aunque en su contrato figuraran dos años.
Sea como fuere, Di Stéfano se mudó en septiembre a la capital e inició la pretemporada con el club blanco en un decepcionante debut ante el Nancy. Llevaba bastantes meses sin jugar y estaba pasado de forma. Además, el Barça entendió que con un Kubala ya recuperado no necesitaba al argentino y accedió a vender su parte al Real Madrid por los cuatro millones de pesetas pagadas a River más intereses.
La posibilidad de que la saeta rubia fichara por la Juventus fue remota, pero pudo ser una solución de consenso para evitar la posterior disputa legal entre equipos rivales.
Durante los años posteriores al suceso, Di Stéfano encadenó 5 Copas de Europa consecutivas como máximo estandarte del Real Madrid, un hito que le convirtió en el mejor jugador de la historia hasta el momento.
La Vecchia Signora, que en los 40 había sido ensombrecida por su adversario local, Il Grande Torino, sufrió una sequía de títulos desde 1953 hasta su décimo Scudetto en 1958, que le sirvió al club para incorporar la primera estrella encima de su escudo y dio paso a una breve etapa de éxitos.
Fueron claves los fichajes del argentino Omar Sívori, procedente de River Plate y el galés John Charles, procedente del Leeds United, quienes junto con Giampiero Boniperti formaron un ataque conocido como el Trío Mágico.
En 1959 la Juventus levantó la Coppa Italia, en 1960 cosechó el primer doblete de su historia, pero no cumplió las expectativas en Europa perdiendo en primera ronda ante el Austria Viena. Al año siguiente, revalidó el título liguero gracias a un Balón de Oro Sívori que anotó seis tantos en la histórica goleada por 9-1 ante el Inter de Milán. El partido es considerado como el canto del cisne del legendario tridente, ya que Boniperti colgaría las botas a final de año. Sin embargo, la Vecchia Signora volvería a defraudar en la máxima competición continental, cayendo de nuevo en fase previa, esta vez ante el CSKA Sofia.
El retiro de Boniperti dejaba un hueco importante en la plantilla. Es entonces cuando Umberto Agnelli, presidente del club turinés, ofreció un millón de dólares al Santos por un joven Pelé, de 21 años, que ya era una reconocida estrella tras ganar el Mundial en 1958.
Pelé era algo más que un futbolista para el Estado y, pese a la cifra récord que significaba su traspaso, continuó en Brasil. O Rei también rechazó en sendas ocasiones al Real Madrid.
En la siguiente temporada, 1961/62, la Juventus cayó hasta el decimotercer puesto en Serie A, pero pudo alcanzar por fin los cuartos de final de la Copa de Europa. Allí esperaba el Real Madrid de Di Stéfano.
El partido de ida, que fue el primer Juventus – Real Madrid de la historia, finalizó con victoria por la mínima de los visitantes, pero en el Bernabéu el conjunto italiano igualó el resultado, por lo que el ganador se tuvo que decidir en un encuentro de desempate disputado en el Parque de los Príncipes. Los ya denominados vikingos vencieron por 3-1 y tras pasar por encima del Standard Lieja en semifinales, perdieron la primera final europea de la historia del club ante el Benfica de Eusebio.
Ese mismo año, el Santos de Pelé se proclamó campeón de la Copa de Campeones de América (actualmente denominada Copa Libertadores), estrenando su palmarés internacional y, unos meses después, obtuvo la Copa Intercontinental tras golear al Benfica a doble partido.
Al año siguiente se repitió el mismo escenario. El Santos revalidó el título de campeón de América y del mundo, tras batir a Boca Juniors y AC Milan respectivamente. Pelé se consagró como candidato al más grande de todos los tiempos gracias su trayectoria mundialista, añadiendo a su palmarés los títulos de 1966 y 1970.
La Juventus no corrió la misma suerte. Durante el resto de la década de 1960, venció en una sola ocasión el campeonato liguero, en 1967, bajo la guía del técnico paraguayo Heriberto Herrera, uno de los precursores en Italia del Movimiento, esquema táctico predecesor del Fútbol Total neerlandés.
En la edición de 1968 de la Copa de Europa, el conjunto italiano se labró un hueco en semifinales, pero el Benfica frustró a los italianos gracias a un excepcional Eusebio, máximo goleador del campeonato. En la final se impuso por 4-1 el Manchester United de Bobby Charlton, Denis Law y George Best, convirtiéndose en el primer equipo inglés en alcanzar la cima europea. La maldición de Béla Guttmann comenzaba a ser una realidad.
Tuvieron que pasar dos décadas, con dos finales perdidas (1973, 1983) y una Copa de la UEFA de por medio (1977) para que la Juventus levantara su primera orejona. En 1985 el conjunto bianconero se impuso al Liverpool gracias a un solitario gol de Platini desde los 11 metros.
Para entonces Inter (1964, 1965) y AC Milan (1963, 1969) ya tenían dos trofeos cada uno en sus vitrinas.