Ni más, ni menos que cuatro décadas, ha tenido que esperar la afición del Athletic Club de Bilbao, para poder ver de nuevo como su equipo levantaba la Copa del Rey. Ocho lustros montados en la ilusión primero y la desilusión después, de las finales llegadas, soñadas y a renglón seguido perdidas, de las temporadas vacías, de las promesas incumplidas, de remar para morir en la orilla.
Cuarenta años, son muchos años y en el futbol donde la inmediatez y el resultadismo están al orden del día, muchos más. Cuatrocientos ochenta meses sembrando pacientemente. Mil novecientas veinte semanas, cuidando una llama con cariño y devoción para que no se extinguiese y perdurase viva en una afición paciente y devota como pocas. Una afición que asiste a cada final como si fuese la primera y la disfruta y exprime como si fuese la última.
Un sentimiento fuera de lo común
El sentimiento Athletic transciende de lo deportivo y en ocasiones va mucho más allá de la propia razón. Como se volvió a demostrar el pasado seis de abril de 2024 en Sevilla, Bilbao y gran parte de Euskal Herria. El equipo nunca estuvo solo, más de 70.000 mil almas viajaron con ellos a tierras andaluzas y desde la distancia fueron cientos de miles los que en los barrios, ciudades y pueblos, se enfundaron la casaca rojiblanca, para disfrutar de un gran día y dejar claro con quien iban. Para constatar por si aun no estaba claro, que el Athletic aglutina y une mucho más que el mismísimo Loctite.
En noches como la de ayer me acuerdo con cierta tristeza y melancolía de los que nos dejaron y no pudieron vivir junto a nosotros, un día que ya aparece con letras doradas en la historia del conjunto bilbaíno. Sobre todo, me acuerdo de uno en especial, aquel que me inculcó la devoción por el equipo de mi tierra, el que me enseñó el camino desde casa hasta el viejo San Mamés.
Pero por en encima de todo, me alegro muchísimo por aquellas generaciones a las que nos pilló muy jóvenes, la que ya podemos denominar como penúltima Copa del Rey, la del año 1984. Siendo prácticamente unos recién llegados a esta hermosa fiebre rojiblanca que es el Athletic Club de Bilbao.
Porque está, la del 2024, la hemos podido vivir y disfrutar en su total plenitud. Con la intensidad, madurez y emoción que merecen este tipo de ocasiones, sabedores de que el triunfo es algo excepcional y que habitualmente esta acostumbrado a recorrer un camino con dos únicas direcciones, Madrid o Barcelona.
Y por supuesto me alegro de manera infinita, por todos los que ayer volvieron a levantar los brazos orgullosos de su equipo, aquellos que cantaron, rieron, lloraron y se abrazaron en torno a unos colores, el rojo y el blanco. Y por todas esas nuevas generaciones de athleticzales, que en los últimos tiempos han sido contagiadas por uno de los sentimientos más grandes que puede haber en Bizkaia, que no es otro que el sentimiento Athletic, chavalas y chavales entre los que puedo incluir con inmensa felicidad a mis dos hijos.
Esas nuevas camadas de aficionados, que representan el futuro de un club que a pesar de cumplir hace escasas fechas 125 años, goza de muy buena salud. Unos jóvenes a los que el conjunto bilbaíno ha sabido cuidar y mimar. Que están viviendo una nueva época, sacudiéndose complejos propios de tiempos pretéritos y soñando con un Athletic txapeldun. Porque ellos por fin pueden decir que también han vivido y tienen su noche mágica, aquella en la que Iker Muniain levantó la Copa del Rey en La Cartuja de Sevilla, dejando ya en un queridísimo segundo plano al gol de Endika Guarrotxena frente al Barcelona de Diego Armando Maradona, a Javi Clemente y a Daniel Ruiz Bazán. Enhorabuena Athletic Club. Zorionak athleticzaleak.
Imágenes: Athletic Club.