Según la RAE, un milagro es un hecho no explicable por las leyes naturales que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. Según cualquier madridista, es lo que está a punto de suceder cuando el himno de la Champions suena y las cosas se ponen difíciles para el Real Madrid.
Porque ya se acaban los adjetivos terrenales para describir de lo que es capaz el conjunto blanco sobre un terreno de juego. Todo el mundo pensaba que la edición de 2022, en la que el Madrid levantó La Decimocuarta, había acabado con el cupo de los milagros con un cheque en blanco para los blancos. Pero el Madrid no solo siempre se levanta, sino que, al final, termina por convencer incluso a los más incrédulos.
Lo vivido anoche en el Etihad Stadium tiene poca explicación desde el punto de vista futbolístico. Cuando un equipo remata 33 veces, lanza 18 córners y roza el 70% de posesión, y aun así no gana, hay que dejar a un lado lo futbolístico. Hay que hablar de la mística que rodea a un escudo que, cuando lo dan por muerto mil veces, revive mil y una.
Y no es cuestión de suerte. Ni de flor. Ni de factores externos que muchos traten de atribuir a entes ajenos a los futbolístico que quieren que el blanco impoluto siempre reine en el Olimpo del fútbol. Aunque es cierto que los creyentes encontrarán en el Madrid un hecho factible sobre el que sustentar su fe. Porque donde no habla el fútbol, hablan muchas otras cosas.
No tiene ningún sentido negar que el Manchester City fue mejor sobre el césped los 120 minutos que duró el encuentro. Tampoco te hace menos aficionado reconocer que los ingleses hicieron más méritos para alcanzar las semifinales. Lo que muchos no contarán es la casta, el coraje, el sacrificio y la furia que llevaron al Madrid a sobrevivir a un asedio en el que la mayoría de mortales habría sucumbido.
120 minutos en los que todos aquellos argumentos futbolísticos que faltaron sobre el césped fueron compensados con argumentos que van más allá. Pelear cada balón, morir por el compañero y sufrir como pocos saben también son aspectos que juegan un papel importante, anoche fundamental, para llegar a tocar la gloria con las manos.
Porque lo que hizo anoche el Real Madrid en suelo inglés es ejemplo de muchas cosas. Cosas que van más allá de lo deportivo. El espíritu inquebrantable, aquello del junco que se dobla pero sigue en pie, persistir incluso cuando las adversidades parecen insalvables, son ejemplos aplicables a la vida. El que persiste, casi siempre es el que gana.
Pero que no cambien el relato. Que no hablen de flor, ni de suerte, ni de casualidades. Porque cuando el Madrid te lleva a su terreno, te gana. Pero cuando tú llevas al Madrid al tuyo… es muy posible que también te gane. Y eso no es cuestión de factores ajenos, va ligado a un escudo que 11 futbolistas lucen con coraje en pecho, y que es la muestra de un ADN que sobrevive a las generaciones y va ligado al escudo.
En las vitrinas del Bernabéu hay 14 bonitos trofeos que lo atestiguan, y para los que no se quieren remontar a tiempos lejanos… las 12 semifinales en 14 años también lo hacen. Y esta última, en concreto, va por todos aquellos que murieron un poco en aquella aciaga noche de mayo de 2012, en la que el Real Madrid de Mourinho cayó de la misma forma cruel a las puertas de la gran final. La deuda está saldada.