La presión del Real Madrid: Un arma de doble filo en el ‘Clásico’
La presión: Un alma de doble filo en el 'Clásico'
Un 3-0 simboliza el caos más absoluto que se pueda vivir en un estadio en el que el Real Madrid esté disputando un encuentro. A causa de ello, los múltiples análisis que se pueden realizar son interminables. Desde la falta de Isco hasta la paciencia de los barcelonistas, todo puede ser sometido a la subjetividad que uno desee, pero, sin embargo, si algo queda claro es un hecho que ha ocurrido en el terreno de juego, una estrategia fallida, un error.
Probablemente muchos se habrán percatado de las tremendas dificultades que planteaban los azulgrana a la hora de sacar adelante el esférico desde su área en la primera veintena de minutos. Una oleada de ocasiones blancas hizo mella en la forma de disputar el partido. Jugar al pie era lo más complicado que podía plantearse el equipo de Valverde, por lo que Ter Stegen debía optar siempre por el disparo alto, profundo, que terminaba de nuevo en los pies de algún futbolista local.
El porqué de ello fue la tremenda presión realizada por los chicos de un Zidane que había previsto a Kovacic como el principal actor de la noche asiática. En efecto, el cuadrado formado por los centrocampistas abría una enorme cantidad de posibilidades de proliferación a los laterales, y ayudaba a recular perfectamente cuando era necesario. Casemiro era el eje, Mateo era el corredor, el que se dejaba el todo por el todo por recuperar los esféricos necesarios, y, ante todo, de guardar al décimo rival.
Tal piedra de toque era esta que incluso Carvajal se permitía el lujo de lanzarse a buscar la posesión. Y es que, la superioridad de camisetas blancas llegaría hasta un punto en el que que su oponente solo pudría aferrarse a una salida: la espera.
Qué remedio aquel, qué forma más adecuada de cerrar las heridas, y qué manera más adecuada de plantear un encuentro. El Barcelona se centró en jugar al fútbol, en jugar a su fútbol. Fue tocando, abriendo ese cuadrado, ese que se convirtió en rectángulo y más tarde en un dodecaedro donde Zinedine entró a formar parte con sus sermones. Los despistes comenzaron a surgir, y, en menos de lo esperado, estaban con el timón del barco en sus manos.
Busquets, que había estado demasiado impreciso en los primeros compases, comenzó a distribuir como acostumbra. Kovacic, pegado a Leo, pecaba de niñez, y cedía hueco a un Paulinho que amenazaba cada vez más el marco de Keylor. Era un recital. Perfectamente, se había pasado del Circo del Sol (la portería de Ter Stegen plagada de luz solar) a un Circo de los Horrores de lo más simbólico.
Sin embargo, todavía quedaba historia por contar, ya que conforme fueron avanzando los minutos, ya adentrados en la segunda mitad, cayó el mazazo. Quizá apenas se había denotado este sutil cambio en la presión merengue, y a algunos les sorprendió tal error, pero ni mucho menos fue fruto de la casualidad.
El caso es que Busquets y Rakitic se lucieron en una jugada que quedará para los restos. Casi al estilo de cuando el mando de una consola se queda sin batería, los locales corrieron detrás de un balón sin futuro, sin ningún tipo de devenir. Era la confirmación de un descalabro.
Kovacic no perdió a Messi, quiso mantenerse siempre a su lado, fiel a su técnico, a la consigna de no abandonar esa zona de conflicto en la que no quedaban soldados. Poco quedaba ya por contar desde entonces, solo una intervención de Carvajal, salvando el cuello a un Navas que no había tenido un mal día, pero que sería criticado porque alguien tiene que cargar con las culpas. Tal vez se podría añadir la falta de acierto, o el exceso de él por parte de Ter Stegen, pero eso merecería otro análisis.
Imagen: Real Madrid.