REPORTAJE|| La magia de la melodía de seducción impregna al mundo del fútbol
La música ha impregnado el fútbol creando una banda sonora que inunda los estadios en cada partido, latiendo al ritmo de los corazones en las gradas.
El fútbol y la música han estado íntimamente relacionados prácticamente desde los inicios de este centenario deporte. Tanto los himnos de cada equipo como los cánticos elaborados por sus incondicionales seguidores, forman la banda sonora de este popular deporte, merecedora de una extensa lista de reproducción.
Songland
Si hay un lugar donde la pasión por la música y el balompié van de la mano es el Reino Unido, dando lugar a algunos de los himnos más celebres de este deporte. El origen de las canciones y el arraigo de las mismas constituyen un fenómeno sin igual.
El primer ejemplo que a todos nos viene a la mente es el celebre You’ll never walk alone. El himno por excelencia del Liverpool (utilizado también por el Celtic de Glasgow), tiene su origen en una canción compuesta para el musical de Broadway Carousel y que fue versionada por numerosos artistas de renombre (Frank Sinatra, Elvis Presley o Johnny Cash, entre otros).
Sin embargo su entrada triunfal en el universo futbolero vino de la mano del grupo scouser Gerry & The Peacemakers, cuya versión fue número 1 en las listas británicas de principios de los 60. Tal era la popularidad de la canción en aquella época que era habitual que sonara por la megafonía (junto a otros éxitos del momento) de los estadios ingleses antes del comienzo del partido hasta que se vio desplazada por nuevas canciones. Sin embargo, al público de Anfield Road no le hizo demasiada gracia dejar de escuchar el tema y decidieron cantarla por su cuenta antes del comienzo del partido, convirtiéndola en su himno para siempre.
El idilio futbolístico musical en las islas británicas tiene otro curioso ejemplo en el East End londinense, hogar del histórico West Ham. Los míticos Hammers adoptaron I’m forever blowing bubbles a finales de los años veinte como canción oficial del club, y el origen de esta asociación es ciertamente peculiar. Esta icónica composición se hizo muy popular a principios del siglo XX en Estados Unidos, gracias al musical de variedades de Broadway The Passing Show de 1918. A este hecho se unieron una serie de casualidades francamente rocambolescas que convertirían la canción en el himno del club.
En la cercana Park School jugaba al futbol un muchacho (Billy J. Bubbles Murray) cuyo parecido a una pintura de Millais utilizada como anuncio de los jabones Pears, le granjeó su peculiar apodo. Debido a su apariencia, el director del colegio (C. Beal) tenia por costumbre entonar Forever Blowing Bubbles cada vez que su equipo jugaba bien. El azar contribuyó haciendo que Murray terminase como ojeador del West Ham a las órdenes de un íntimo amigo de Beal, convirtiendo la tonadilla de un feliz director de escuela en la canción representativa del popular equipo londinense.
Del noreste de Inglaterra procede la canción con más arraigo en el fútbol inglés, convertida en himno del vetusto Newcastle United, aunque también entonada por su rival y vecino Sunderland. Aunque la lista de conjuntos que versionan esta canción es extensa, la tradición la une con más fuerza a Las urracas que a cualquier otro club.
Pocas experiencias futbolísticas reflejan mejor la tradición británica que escuchar Blaydon Races en St Jame’s Park, más aún si se enfrentan Newcastle y Sunderland. Y es que se trata de una canción folclórica que data del siglo XIX, obra de Geordie Ridley y compuesta en el complicado dialecto del noreste inglés. La obra fue posteriormente adoptada por el Regimiento de Fusileros de Northumberland y está arraigada como pocas en la cultura inglesa.
La reinvención de Alemania
Los ejemplos más interesantes de la mezcla de la cultura musical con el fútbol en el país germano se encuentran lejos de los focos, alejados de los éxitos deportivos de los clubes con mas capacidad económica.
El más famoso de todos es el FC St. Pauli, que ha convertido su implicación política y social, en consonancia con el sentir del barrio rojo de Hamburgo, en santo y seña de su identidad.
Aparte de las connotaciones políticas y sociales del conjunto hanseatico, que son merecedoras de un artículo propio, el estadio Millerntor ha hecho suyas dos míticas canciones del rock. En primer lugar, la salida de ambos equipos es acompañada por el doblar de campanas de Hell bells, haciendo entrar en éxtasis a la animada grada, poblada de las habituales banderas piratas.
Por si fuera poco, después de cada gol suena con fuerza Song 2, de Blur, manteniendo el idilio de la afición del St. Pauli con el rock.
Trasladándonos al este de Alemania, en su maltratada capital, se encuentra un modesto conjunto cuya existencia resulta tan milagrosa como la de la misma ciudad. En el distrito de Kopenick, a la sombra del potente Hertha, encuentra su hueco el Union Berlin. Surgido durante la guerra fría y adoptado por los trabajadores del metal, siempre encontró el cariño de las clases trabajadoras.
Precisamente de su cercanía a los obreros metalúrgicos surgió su grito de guerra, Eisern Union! (Unión del hierro) y el título de su célebre himno. Aunque su uniforme principal haya dejado de asemejarse a un mono de trabajo, su popularidad y su himno han perdurado como seña de identidad del club berlinés. Y precisamente, su fiel seguidora, Nina Hagen pone voz a la canción que representa al club. La polifacética y controvertida artista es un fiel reflejo del espíritu inconformista e irreverente de la capital germana y contribuye con su interpretación a uno de los himnos futbolísticos con más personalidad.
El fútbol en la sangre
Al otro lado del Océano Atlántico, entre Mar del Plata y los Andes, se encuentra un país en el cual la vida transcurre entre los apuros y la dificultad, donde el fútbol resume la forma de entender la vida de su pueblo. Argentina es, por derecho propio, el lugar del mundo donde el fútbol se fusiona con la vida cotidiana, hasta no encontrar un punto de separación.
Alejado del bullicio bonaerense, a orillas del río Paraná, se yergue orgulloso el Estadio Gigante de Arroyito, sede del Club Atlético Rosario Central. El club auriazul, bandera del fútbol más exquisito y cuna de un sinfín de futbolistas que han marcado las historia del balompié mundial, es el protagonista de un buen ejemplo del idilio de este deporte con la música.
Tal era el arraigo del club de Rosario con su hinchada que el exitoso compositor Laerte Carroli quiso crear un himno a la altura del equipo de sus amores. La Marcha de Rosario se convirtió en 1945 en la tonada oficial de Los Canallas, siendo versionado por multitud de grupos de pop, rock y folk, transformándose en uno de los himnos con más solera de las canchas argentinas.
Las miserias, la pobreza y la delincuencia no han tenido piedad del estrato social más desfavorecido de este país latinoamericano. En La Comuna 7 de la populosa Buenos Aires encuentra su hogar el Club Atlético San Lorenzo de Almagro. La hinchada del Ciclón acude en masa al Nuevo Gasómetro con devoción casi religiosa, en una comunión difícil de superar.
Pero como todos los clubes, la base de su afición es humilde y, en no pocas ocasiones, se ve atrapada por la delincuencia. Los Callejeros supieron relatar esta realidad y describir la experiencia de un preso que se veía privado de acudir a ver los Santos, como resumen de todo lo que conlleva la pérdida de la libertad.
No obstante, en algunas escasas ocasiones, los jóvenes de los rincones más pobres de Argentina se han abierto camino en la vida dándole patadas al balón. El más claro ejemplo es el de Diego Armando Maradona.
Poco queda por descubrir del Pibe de Oro, se han escrito ríos de tinta sobre su figura, se le han dedicado no pocas canciones y ha pasado de ídolo a villano sin perder el cariño de sus muchos incondicionales. Pero si en un lugar es amado y admirado hasta la locura es en Nápoles.
La ciudad que vive a la sombra del Vesubio, encontró en la llegada de Maradona el alivio a sus penurias deportivas y sus tragedias humanas. La exaltación al Pelusa tiene muchas y variadas expresiones pero en la música da la vuelta a las historias antes citadas. Los tifossi napolitanos crearon un cántico que expresaba como ningún otro la intensidad que puede llegar a alcanzar la relación entre un jugador y su afición.
“Oh mamma, mamma, mamma, o mamma mamma, mamma ¿sai perché mi batte il cuore? Ho visto Maradona, ho visto Maradona, eh, mamma, innamorato son”, cantaba a coro San Paolo. El cántico, aún popular en la ciudad del Sur olvidado de Italia, trasladó con naturalidad las pasiones del fútbol a la música.
En definitiva, éstas solo son algunas de las muestras de que el sonido del dinero no es el que mueve el fútbol. Son sus aficionados quienes llenan los estadios y transforman el deporte en parte de nuestra cultura, y son sus emociones las que convierten las canciones en himnos.
Simplemente brutal
Enhorabuena al creador por narrar de manera tan elocuente esa conexión inherente entre fútbol y música
Te faltó nombrar los cánticos del Pucela ?
¡Gracias Abel! Mira que me encanta ir a Zorrilla, pero estamos a años luz de ese ambiente.