Las noches de verano en Sevilla suele guardar en su lugar más remoto un recuerdo especial para sus visitantes. Con esta actitud llegaba Vicente Moreno, con sus chicos para acercar la ansiada permanencia a la misma altura en la que va viajando el Mallorca por esta temporada. Esta vez, delante tenía a un Sevilla que quería guardar ese recuerdo en casa y derrocar al Atlético de Madrid de la tercera plaza.
Lopetegui propuso un partido tipo al Mallorca. Los beremellones aceptaron y empezaron a bailar, pero con el ritmo desacompasado que marcaba su centro del campo. Los hispalenses sacaron sus mocasines más arreglados para dar velocidad a las bandas, con Ocampos y Reguilón como bastiones de ataque. Sin generar mucho peligro, el Sevilla llegó en una de esas acciones vertiginosas que marca Jesús Navas para provocar un penalti, que el VAR ratificó con su cuestionada vara de medir. Con el penalti señalado, Ocampos se encargó de convertir su décimo tercer gol del campeonato.
Con el primer acto con la balanza decantada para el lado hispalense, la segunda parte inició con el Sevilla en un compás aún más alto. Los del Guadalquivir pasaron a bailar Rock sobre el tapete verde del Pizjuán. Banega cogió el partido y lo llevó al ritmo que quiso. El argentino se puso el esmoquín y guió a los suyos a generar superioridades constantemente. Sin embargo, no llegaron a culminar todas las jugadas que llevaban música en su ADN.
El Mallorca en su versión más competitiva y poco práctica se agarraba a alguna nota que ponía Take de muy de vez en cuando. Vicente Moreno intentó cambiar de manera drástica el devenir de la actuación con cuatro cambios muy ofensivos, pero un error de juveniles de la defensa propició la sentencia de En Nesyri con asistencia de Bono. Con este gol, el partido se apagó y empezó a sonar la música fúnebre que parece que puede acabar al Mallorca hacia la Segunda División. Los de Moreno necesitan un milagro que debía continuar en Sevilla, pero que los de Lopetegui se han encargado de silenciar a base de trabajo y solidez.