A «Montilleta» le encantaba el fútbol, jugarlo, verlo, vivirlo, contarlo. Para él, era su vida y en torno a él podía contarte mil y una historias, todas de lo más curiosas y entretenidas, apasionadas y divertidas, pero siempre muy suyas. Para mi querido Montilleta no había diferencias entre afeitar y asear a Manolo Mestre, asiduo a su cubicular peluquería, que a mi tío Pepe, un niño grande que vivía enfrente y no conocía otra navaja que no fuera la suya. Cortar y hablar, hablar y contar de fútbol siempre, siempre a orillas de esa N-332 que separaba su tradicional barbería en Oliva de casa de mis tíos.
Cada vez que me sentaba allí a cortarme el pelo, escaso hoy, abundante entonces, sus relatos me transportaban al fútbol de antaño, de la WM, de la delantera eléctrica, de las recientes cabalgadas de Kempes, de los tejemanejes eternos de los directivos de cada época, de las sillas de boba del viejo Mestalla, de Puchades, Pasieguito y compañía. Sus recuerdos eran tantos y te los contaba con tanta pasión que era imposible no hacerlos tuyos. Nunca supe si dominaba más la tijera o el esférico porque escuchando sus historias me lo podía imaginar escabuyéndose de las más férreas defensas y de los más aguerridos defensores, todo ello sin soltar ni un instante aquellas viejas tijeras y sin dejar ni un solo trasquilón.
Sabía de porteros, de defensas, de centrocampistas y de delanteros, de rompepiernas, de finos estilistas, de bravos arietes o de rematadores implacables.
Conocía el fútbol, lo entendía de una forma muy personal y lo amaba y respetaba profundamente. Hoy en día faltan Montilletes que transmitan esas vivencias, ese disfrutar del juego, ese jugar por hacer amigos en cualquier lado. El fútbol no es un consumible, es mucho más que eso. Convertirlo en un objeto más de la sociedad consumista hará ricos a muchos, pero empobrecerá el fútbol para muchos más.
Recientemente hemos asistido a un paso más en esta deriva espectáculo consumista en que se convirtió el fútbol moderno, un deporte cada vez más alejado de sus seguidores en el plano sentimental y más exigente con ellos en el plano pecuniario. Llevar la final de la Supercopa a Tánger es un ataque a la línea de flotación de dos aficiones, de miles de seguidores ávidos de ver a su equipo en los albores de la temporada, de contemplar el rendimiento de los nuevos en el ámbito competitivo. Quien llegó con ínfulas de diferente y con la palabra dignidad por bandera, ha vendido el fútbol a las primeras de cambio y los clubes, quienes más debieran defender a sus parroquianos, se han vendido al vil metal con los gastos pagados y un saco lleno de billetes pero vacío de sentimiento. La Supercopa viajará a Marruecos, los euros a las arcas de Sevilla FC y FC Barcelona y los espectadores, los sufridores que mantienen el circo, lo verán en cualquier bar o en sus cómodos sofás. Quizá, y solo quizá, se acuerden de ellos cuando el equipo necesite de su aliento para sacar adelante algún partido comprometido.
Llegará el día en que los campos estén vacíos, pero el tiro de cámara enfocará a los 10 irredentos supporters para fingir el efecto contrario, todo sea por la audiencia, el público del sofá o el de la cerveza y los cacahuetes. Veremos el día en que el sillón sustituya a aquellas viejas sillas de enea que Montilleta añoraba de cuando el viejo coliseo valencianista era el feudo de la pasión y la ilusión de jóvenes y mayores, de padres e hijos, ese hilo conductor entre generaciones que vivían pero no consumían fútbol.
En aquella peluquería de menos de 10 m2 aprendí mucho de fútbol, de la vida y del respeto al deporte, al juego y a todo lo que me ofrecía aquel esférico mal cosido de cuadros blancos y negros. Hoy el fútbol es de usar y tirar, los aficionados son de usar y tirar y los jugadores van y vienen sin más apego que el meramente societario y empresarial. A mi añorado y venerado Montilleta ya no le gustaría el fútbol. ¡¡¡¡ Que lástima !!! La carretera sigue allí, la casa de mis tíos también pero aquel fútbol ya no.
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@VicentSarrion